martes, 6 de junio de 2017

LA FIESTA DE MIQUI XIX

"Oh, Dios", no me había dado cuenta que en esos momentos la canción que sonaba era "Je t'aime... mi non plus" de Jane Birkin y Serge Gainsbourg, hasta que comencé a oír los gozosos jadeos de la chica y su voz aguda susurrando, "je t'aime, je t'aime..., oh, mon amour"
Presenciando la incómoda escena que Miqui y Eddie nos ofrecían, follando como dos auténticos perros en medio de la calle, experimenté la misma sensación que si un rayo caído del cielo me recorriera de la cabeza a los pies, aunque a la vez me sentía húmeda y caliente. Quería mirar y no mirar. Pero miraba.


Recuerdo que coincidiendo con una de las embestidas de Eddie a la que Miqui respondió echando su cabeza hacia atrás y lanzando un nuevo chillido que apenas pude oír a causa de la música, estreché mi abrazo en torno al cuello de Hulk, me puse yo de puntillas aunque con tacones era casi tan alta como él y, tras apartarme el pelo de mi mejilla, la pegué a la suya.  

Debía de tener tan dura la barba que al rozarnos noté que rascaba mi delicadísimo cutis. 
Mamá dice que se me trasparenta la piel. Pero ese roce de nuestras mejillas me gustó. A él también noté que le gustaba. 
La verdad es que estaba muy cachonda y mi excitación seguía elevándose y elevándose. 
"¡Oh, dios!", exclamé, pero sin que nadie me oyera.
En ese momento sentí cómo los labios de Hulk me besaban en el cuello y luego mordisqueaba el lóbulo de mi oreja con sus dientes. Me lo succionaba y mordía y succionaba de nuevo, jugando también con mis pendientes en forma de aro. Yo retiré la cabeza para atrás lo poco que pude. 
Me miró con cara de sorpresa, pero también de vicio. Serio. Sin palabras. Ciñendo mi cintura para que ahí abajo no me separase ni un milímetro y moviendo ligeramente los pies como si continuara bailando conmigo. Luego dijo:
-Eres la chiquilla más preciosa que he visto.
-Eso se lo dirás a todas.
-Puede, pero en el caso tuyo es verdad.
Por primera vez en la noche le sostuve la mirada. Nos miramos los dos. Nuestras miradas se cruzaron con esa sensación de peligro que se cruzan en un callejón oscuro las miradas de dos chicos de bandas rivales. Mientras me sentía penetrada por el negro intenso de sus ojos y me palpitaba el pecho como si me fuese a estallar, llevé mi mano a su nuca y lo atraje hacia mí.
Nuestros labios se encontraron como un perro y su presa en una cacería. Entorné los párpados.  Se notaba que sabía besar, aunque a veces me succionaba y mordía mi carnoso labio inferior como había hecho con el lóbulo de la oreja. Me introdujo la lengua en la boca hasta encontrarse con la mía y acariciármela, y me gustó tanto que me atreví a introducírsela también y acariciarle el velo del paladar. A él se notaba que le había gustado mucho mi gesto y me la aprisionó con los dientes, pero sin hacerme daño.

Percibí, ya excitada como una zorrita, sus fuertes manos presionando mi culito, que elevó hasta colocarme de puntillas y muy pegada a su cuerpo. Sin parar de besarme ni separarse un milímetro de mí, comenzó a girar su pelvis para frotarme su erección. Yo lo seguía lamiendo y besando con verdadera codicia, estrechando mis brazos en torno a su cuello, pegando mi pecho al suyo porque me sentía volando por el más bonito de los cielos y, en contra de mis prevenciones de solo una hora antes, lo deseaba mucho mucho.
-Me estás poniendo muy cachondo, nena -dijo.
Yo no dije nada, pero era eso lo que pretendía.
-Sabes lo que significa, ¿verdad?
Me limité a mirarlo y sonreír.
-No imaginé que a tus añitos fueras tan lista.
-Oye, guapo, que no soy una cría.
-No he dicho eso, nena. Solo que pareces una tía con mucha experiencia.
-Pues sabrás que no lo he hecho con nadie.
-No me lo creo, pero me gusta. Me encanta desvirgar virgencitas.
Me ruboricé, aunque creo que se dio cuenta de que no le decía la verdad.
Luego coló una de sus manos bajo mi falda, me acarició con caricias muy suaves y de pronto convirtió la parte trasera de mis deportivas bragas de Calvin Klein en un fino hilo de la que tiraba hacia arriba introduciéndomelo en la rajita del culo a la vez que la delicada banda de algodón de la entrepierna presionaba mi sexo. Noté que me crecía. Se me ponía tan gordo como una chica glotona que acaba de comerse una docena de pasteles. 
Mis manos, mis trémulas manos, le acariciaron la nuca por debajo del pelo. 
-Estás empapada, pequeña -susurró en mi oído.
-Acaríciame -le pedí, sin atreverme a mirarle, pero con un coraje que no me suponía.


Era verdad que estaba como una esponja en pleno baño pero el muy cabrito consiguió humedecerme todavía más. 
Me acarició con uno de sus dedos, me lo introdujo y creo que me corrí. Entonces  separé un poquito las piernas y volví a besarlo y mientras lo besaba con pasión y muy pegada a él para sentir su miembro contra mi vientre y para que siguiera acariciándome donde tanto me gustaba, noté verdaderas convulsiones dentro de mí . Creo que él también las notó y puede que me considerase una cría pero, sin duda, le gustaba mucho y entonces ya estaba plenamente convencida de que esa noche íbamos a follar... CONTINUARÁ.

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