...Opté por permanecer quietecita, boca abajo. Todo lo que me había hecho me resultaba una maravilla y eso jugaba a favor de permitirle que siguiera haciendo conmigo lo que quisiera.
Cuando terminó de atar mis manos a la espalda, recorrió con las suyas mis costados. Luego me acarició dulcemente las nalgas y me separó las piernas muy despacio. Y yo me estremecí.
No estará mal que diga que tengo unas piernas largas, muy bonitas.
No estará mal que diga que tengo unas piernas largas, muy bonitas.
-Es una delicia acariciar esta piel -comentó.
Me mordí los labios y casi me alegré de reposar boca abajo para no sentir vergüenza con la que seguro era su insolente mirada. Y por supuesto con el placer que había sentido con las yemas de sus dedos recorriendo la cara interna de mis delicados muslos, blancos como la nieve y muy finos, sí.
Soltó el broche de la mini que aún vestía, bajó la cremallera y me la quitó. Me gustaba su modo de desnudarme.
Quería sentir sus manos en mi piel desnuda. A veces cerraba los ojos. Otras, ladeaba la cabeza intentando mirarlo.
Quería sentir sus manos en mi piel desnuda. A veces cerraba los ojos. Otras, ladeaba la cabeza intentando mirarlo.
Al colocar sus dedos bajo la cinturilla de mis deportivas braguitas, comentó:
-Tengo unos slips igual que éstas. Pero en gris. Tendré que comprarme unos rosas para que combinen.
-¿Con qué tienen que combinar? -le pregunté juguetona.
-Con tus hermosas bragas.
-Y ¿quién te ha dicho que vas a tener ocasión de combinarlos?
-Nena, escucha lo que te digo, voy a follarte ahora mismo por primera vez, pero ni sueñes que va a ser la última vez que te follo.
-Uuuuuy, muy creído me parece a mí que eres -le dije, un poco avergonzada pero mu excitadita.
-Después de que pruebes esta polla -comentó, apoyando la punta en una de mis nalgas-, no va a haber cosa en el mundo que desees tanto como recibirla en tu tiernecito coño.
-Ya veo que sí que eres un auténtico creído -le seguí comentando, siguiendo el tono de broma-. Y estarías guapísimo con unos calzoncillos rosa.
El corazón me latía muy deprisa. Pero hablar en ese tono de broma disminuía la tensión que sentía ante la expectativa de echar un polvo con aquel tío que hasta unos minutos antes me daba miedo. Y que, de algún modo, me lo seguía dando, tan grande, tan chulo, mucho mayor que yo y con la insolencia con que me manejaba.
El corazón me latía muy deprisa. Pero hablar en ese tono de broma disminuía la tensión que sentía ante la expectativa de echar un polvo con aquel tío que hasta unos minutos antes me daba miedo. Y que, de algún modo, me lo seguía dando, tan grande, tan chulo, mucho mayor que yo y con la insolencia con que me manejaba.
Por otro lado, no se la había visto aún, pero intuía que debía ser también muy grande.
Mientras me decía cochinadas, comenzó a bajarme las braguitas. Intencionadamente despacio. Toqueteando mis nalgas con las yemas de sus dedos, diciéndome, "eres una delicia, nena". Acercándolos hacia dónde yo estaba más húmeda, pero sin ir más allá, como queriendo provocarme. Yo elevé el culete para colaborar y luego él me las siguió bajando con lentas caricias desde la cara interna de mis muslos a las corvas de mis rodillas, que también elevé para ayudarle. Y por último en los pies.
Mientras me decía cochinadas, comenzó a bajarme las braguitas. Intencionadamente despacio. Toqueteando mis nalgas con las yemas de sus dedos, diciéndome, "eres una delicia, nena". Acercándolos hacia dónde yo estaba más húmeda, pero sin ir más allá, como queriendo provocarme. Yo elevé el culete para colaborar y luego él me las siguió bajando con lentas caricias desde la cara interna de mis muslos a las corvas de mis rodillas, que también elevé para ayudarle. Y por último en los pies.
Me abrió las piernas un poquito más y se colocó en medio. Notaba cómo mi sexo se humedecía y seguía creciendo sin que yo pudiese hacer nada por evitarlo. "¡Dios, mío!", pensé, "debo de tenerlo en carne viva". Me sentía expuesta. A su merced.
-Eres una chiquilla preciosa -comentó- y tan obediente, que me encantas.
No pude responderle.
-Me gustáis las nenas tan dulces como tú.
Sonreí. También él me gustaba mucho. La verdad es que aunque bruto estaba muy bueno, musculoso, con su gesto insolente y dominador. ¡Oh!, me encantaba entregarme a un tío así. No solo estar entre sus manos sino saber que me deseaba tanto y me iba a follar como un auténtico semental. Estaba segura. Yo, casi una nena inocente con aquel tío. ¡Dios!, si mis amigas se enteran no se lo creen, pero se mueren de envidia.
-Eres una chiquilla preciosa -comentó- y tan obediente, que me encantas.
No pude responderle.
-Me gustáis las nenas tan dulces como tú.
Sonreí. También él me gustaba mucho. La verdad es que aunque bruto estaba muy bueno, musculoso, con su gesto insolente y dominador. ¡Oh!, me encantaba entregarme a un tío así. No solo estar entre sus manos sino saber que me deseaba tanto y me iba a follar como un auténtico semental. Estaba segura. Yo, casi una nena inocente con aquel tío. ¡Dios!, si mis amigas se enteran no se lo creen, pero se mueren de envidia.
El encontrarme indefensa con las manos me inquietaba, pero estaba incrementando mi excitación al no saber los pasos que Hulk iba a seguir conmigo, "su preciosa yogurina", como ya me había llamado varias veces desde que nos alejamos de Eddie y Miqui.
Cerré los ojos y procuré concentrarme en el gozo que me estaba provocando. Acercó sus labios a mi trasero y estampó varios besos en el centro mismo de la rajita.
Eso me obligó a contraerme, morder de nuevo los labios y deleitarme en la postura en que me había situado.
Cuando terminó de besarme en ese sitio, me acarició el culo y me estampó un par de azotes.
-¡Ay! -dije. Pero no me había hecho daño porque eran golpecitos muy suaves. Creo que chillé por la sorpresa, o puede que por coquetear.
-¿Te gusta que te peguen?
-Oh, no -le respondí- cómo va a gustarme.
-Parecía que te gustaba.
-Bueno, si son azotes tan suaves como los que me acabas de dar, sí me gusta.
Entonces me pellizcó.
-Oye, bruto, que los pellizcos duelen.
Ahora sí me dio un azote fuerte fuerte, que debió ponerme el culo rojo.
-No seas bestia, Hulk, porfa.
-Me gusta golpear este culo tan divino. Así te lo preparo.
-¿Para qué?
-¿Quieres saberlo, nena? Pues no te preocupes que pronto lo vas a saber.
Ahora sí me dio un azote fuerte fuerte, que debió ponerme el culo rojo.
-No seas bestia, Hulk, porfa.
-Me gusta golpear este culo tan divino. Así te lo preparo.
-¿Para qué?
-¿Quieres saberlo, nena? Pues no te preocupes que pronto lo vas a saber.
-Eres un poco bruto, ¿sabes?
-Las zorritas como tú necesitáis mano dura.
-No me gusta que me llames zorrita.
-Lo considero un piropo. No te preocupes, tengo la mejor opinión de ti.
Para compensarme, colocó dos de sus dedos sobre mi vulva, que no paraba de engordar, y me la acarició, introduciéndolos un poco en mi vagina, que sonaba con un chasqueo húmedo según los llevaba más adentro y los volvía a sacar.
Se me escapó un suspiro. Acababa de detenerse en mi clítoris y me lo estaba masajeando como nunca nadie había hecho a mis dieciséis. Me daba mucho gusto. Contraía los músculos de las piernas. Las estiraba y él, orgulloso de hacerme gozar, descubrió en un segundo lo que entonces no sabía que era mi punto G y me obligó a dar un grito que me asustó a mí misma.
-Chilla, preciosa. Me gusta como suenan tus chillidos.
Continué retorciéndome de placer. Y chillando. Entonces noté cómo sus manos se alejaban de mi sexo para separarme bien separadas las piernas. Volvió a acercar la boca a mi coño y con su lengua me lo lamió. "Oh, qué gusto". Yo respiraba a bocanadas, como si me faltase aire. Sabía lo que iba a suceder y lo deseaba tanto tanto...
"¡ Dios!", exclamé para mí misma, cómo este cabronazo puede saber lo que me vuelve loca.
Cuando noté la punta de su polla en mi entrepierna me encogí.
Hulk, que sabía lo que debía hacerse con una cría ingenua como yo, me pidió que me relajara, apoyó las palmas de sus manos en la zona alta e interior de mis muslos para abrirme bien y, sin dejar de sonreírme pero con ternura, me la fue introduciendo.
"Oh, santo cielo", pensé, "va a romperme".
Me gustaba mucho cómo me la estaba metiendo, pero debía de ser tan gorda que tensaba al límite las paredes de mi vagina y eso que estaba excitadísima como una zorra y muy bien lubricada.
Cuando me habría metido la mitad, tuve que pedirle que se detuviera porque no soportaba tanta tensión. Creí que me iba a rasgar.
Me miró con gesto orgulloso y me preguntó:
-¿Así?
Yo le respondí afirmativamente moviendo la cabeza.
-Sabía que te iba a gustar, nena, pero no estés nerviosa. Va a entrarte muy bien. Verás cómo gozas.
Me mordí los labios. Él la llevó entonces un poquito hacia atrás pero acto seguido avanzó otra vez dentro de mí. Rápido, rápido. Como si tuviera prisa por llegarme al fondo.
-¡Ay! -chillé-. Ahora sí con verdadero dolor aunque deseándolo como una loca porque también me daba mucho placer.
En su segunda acometida y posteriores ya solo me daba un gusto inmenso. Sin duda, ese tío sabía lo que es follar bien follada a una yogurina como yo. "¿Cuántas se habría tirado?", me pregunté. Solo quería que me lo hiciese a mí.
Procuré elevar el culete, pero apenas pude porque con su enorme peso y la fuerza con que me estaba penetrando apenas me permitía elevarme un centímetro del suelo.
-Ya no duele, ¿verdad nena? -me preguntó mientras seguía follándome a toda máquina.
Yo no quise o no pude responderle, pero por la manera en que lo estaba recibiendo y mis placenteros gemidos, tuvo que enterarse de que no solo ya no me dolía sino que empezaba a sentirme en la gloria.
Pero, como si quisiera probarme, comenzó a empalarme aún con más fuerza y repitió:
-¿Duele?, preciosa.
Y entonces moví la cabeza hacia los lados para que supiera que no, que me encantaba cómo lo estaba haciendo.
-¿Por qué no hablas?- me dijo.
-No puedo- le respondí, y no volvió a dirigirme preguntas mientras me estaba follando, aunque me llamaba su yogurina, zorrita y cosas así que imagino lo excitaban.
Incluso cuando me la metía hasta el fondo y la notaba tan grande que parecía que llenaba todo el interior de mi flaco cuerpecito adolescente me sentía plena de felicidad.
Él no se cansaba de entrar en mí, golpeándome en todas las fibras sensibles de mi cuerpo con ímpetu pero a la vez con algo que me pareció cariño, porque me sentía muy unida a él.
Me hubiera gustado besarlo en los labios, pero por la postura que manteníamos follando, no podía. Lo que hice fue lo que nunca pensé que me atrevería. Abrí los ojos, lo miré y le sonreí, para darle las gracias.
Lo entendió. No pensaba que pudiera sentirse tanto placer. Recordé lo que me había dicho en plan chuleta, de que después de follarme no iba a desear nada tanto como aquello y empezaba a darle la razón. No quería que acabara nunca. Aunque a la vez dudaba que pudiera sentir tantas oleadas de placer sin desmayarme.
"Ooooooh!", suspiré hondamente.
La dicha no solo se concentraba en mi coño -como a él le gustaba llamarlo- sino que se extendía desde la punta de los dedos de mis pies hasta el último pelo de mi cabeza.
A mí, la chiquilla inocente que solo pensaba acudir a una fiesta con mi prima Miqui y, que ni en sueños hubiera imaginado que me iba a acostar con Hulk, me estaban entrando ganas de estrecharlo tan fuerte entre mis brazos que no pudiéramos separarnos nunca, nunca. Hubiera dado todo lo que tenía por un polvo como el que estaba recibiendo.
Lo notó.
-Eres muy golosa, nena -dijo-. Y yo volví a sonreírle.
No le costó mucho proporcionarme el primer orgasmo, que me obligó a temblar como un junco. Cerré los ojos para concentrarme en cómo gozaba y elevé cuanto pude la pelvis para sentirlo muy cerca de mí, a lo que él contribuía sosteniéndome por las nalgas con sus poderosas manos, pero mientras yo me corría en convulsiones que debían parecer de loca, él aceleraba el ritmo de sus penetraciones, gozando también mucho conmigo, que lo único que deseaba era que aquello no terminase nunca.
Para compensarme, colocó dos de sus dedos sobre mi vulva, que no paraba de engordar, y me la acarició, introduciéndolos un poco en mi vagina, que sonaba con un chasqueo húmedo según los llevaba más adentro y los volvía a sacar.
Se me escapó un suspiro. Acababa de detenerse en mi clítoris y me lo estaba masajeando como nunca nadie había hecho a mis dieciséis. Me daba mucho gusto. Contraía los músculos de las piernas. Las estiraba y él, orgulloso de hacerme gozar, descubrió en un segundo lo que entonces no sabía que era mi punto G y me obligó a dar un grito que me asustó a mí misma.
-Chilla, preciosa. Me gusta como suenan tus chillidos.
Continué retorciéndome de placer. Y chillando. Entonces noté cómo sus manos se alejaban de mi sexo para separarme bien separadas las piernas. Volvió a acercar la boca a mi coño y con su lengua me lo lamió. "Oh, qué gusto". Yo respiraba a bocanadas, como si me faltase aire. Sabía lo que iba a suceder y lo deseaba tanto tanto...
"¡ Dios!", exclamé para mí misma, cómo este cabronazo puede saber lo que me vuelve loca.
Cuando noté la punta de su polla en mi entrepierna me encogí.
Hulk, que sabía lo que debía hacerse con una cría ingenua como yo, me pidió que me relajara, apoyó las palmas de sus manos en la zona alta e interior de mis muslos para abrirme bien y, sin dejar de sonreírme pero con ternura, me la fue introduciendo.
"Oh, santo cielo", pensé, "va a romperme".
Me gustaba mucho cómo me la estaba metiendo, pero debía de ser tan gorda que tensaba al límite las paredes de mi vagina y eso que estaba excitadísima como una zorra y muy bien lubricada.
Cuando me habría metido la mitad, tuve que pedirle que se detuviera porque no soportaba tanta tensión. Creí que me iba a rasgar.
Me miró con gesto orgulloso y me preguntó:
-¿Así?
Yo le respondí afirmativamente moviendo la cabeza.
-Sabía que te iba a gustar, nena, pero no estés nerviosa. Va a entrarte muy bien. Verás cómo gozas.
Me mordí los labios. Él la llevó entonces un poquito hacia atrás pero acto seguido avanzó otra vez dentro de mí. Rápido, rápido. Como si tuviera prisa por llegarme al fondo.
-¡Ay! -chillé-. Ahora sí con verdadero dolor aunque deseándolo como una loca porque también me daba mucho placer.
En su segunda acometida y posteriores ya solo me daba un gusto inmenso. Sin duda, ese tío sabía lo que es follar bien follada a una yogurina como yo. "¿Cuántas se habría tirado?", me pregunté. Solo quería que me lo hiciese a mí.
Procuré elevar el culete, pero apenas pude porque con su enorme peso y la fuerza con que me estaba penetrando apenas me permitía elevarme un centímetro del suelo.
-Ya no duele, ¿verdad nena? -me preguntó mientras seguía follándome a toda máquina.
Yo no quise o no pude responderle, pero por la manera en que lo estaba recibiendo y mis placenteros gemidos, tuvo que enterarse de que no solo ya no me dolía sino que empezaba a sentirme en la gloria.
Pero, como si quisiera probarme, comenzó a empalarme aún con más fuerza y repitió:
-¿Duele?, preciosa.
Y entonces moví la cabeza hacia los lados para que supiera que no, que me encantaba cómo lo estaba haciendo.
-¿Por qué no hablas?- me dijo.
-No puedo- le respondí, y no volvió a dirigirme preguntas mientras me estaba follando, aunque me llamaba su yogurina, zorrita y cosas así que imagino lo excitaban.
Incluso cuando me la metía hasta el fondo y la notaba tan grande que parecía que llenaba todo el interior de mi flaco cuerpecito adolescente me sentía plena de felicidad.
Él no se cansaba de entrar en mí, golpeándome en todas las fibras sensibles de mi cuerpo con ímpetu pero a la vez con algo que me pareció cariño, porque me sentía muy unida a él.
Me hubiera gustado besarlo en los labios, pero por la postura que manteníamos follando, no podía. Lo que hice fue lo que nunca pensé que me atrevería. Abrí los ojos, lo miré y le sonreí, para darle las gracias.
Lo entendió. No pensaba que pudiera sentirse tanto placer. Recordé lo que me había dicho en plan chuleta, de que después de follarme no iba a desear nada tanto como aquello y empezaba a darle la razón. No quería que acabara nunca. Aunque a la vez dudaba que pudiera sentir tantas oleadas de placer sin desmayarme.
"Ooooooh!", suspiré hondamente.
La dicha no solo se concentraba en mi coño -como a él le gustaba llamarlo- sino que se extendía desde la punta de los dedos de mis pies hasta el último pelo de mi cabeza.
A mí, la chiquilla inocente que solo pensaba acudir a una fiesta con mi prima Miqui y, que ni en sueños hubiera imaginado que me iba a acostar con Hulk, me estaban entrando ganas de estrecharlo tan fuerte entre mis brazos que no pudiéramos separarnos nunca, nunca. Hubiera dado todo lo que tenía por un polvo como el que estaba recibiendo.
Lo notó.
-Eres muy golosa, nena -dijo-. Y yo volví a sonreírle.
No le costó mucho proporcionarme el primer orgasmo, que me obligó a temblar como un junco. Cerré los ojos para concentrarme en cómo gozaba y elevé cuanto pude la pelvis para sentirlo muy cerca de mí, a lo que él contribuía sosteniéndome por las nalgas con sus poderosas manos, pero mientras yo me corría en convulsiones que debían parecer de loca, él aceleraba el ritmo de sus penetraciones, gozando también mucho conmigo, que lo único que deseaba era que aquello no terminase nunca.
Lo que no imaginé es que pudiera aguantarse tanto tiempo como él estaba aguantando y eso me enorgullecía. Las veces que lo había hecho con otros chicos no tenían nada que ver con aquello. Por eso me propuse gozar cuanto pudiese, convencida de que nunca más volvería a gozar tanto.
Me retorcía, me ahogaba pero quería que siguiera y siguiera. Incluso que se tumbase sobre mí con lo flaquita que era y él con un cuerpo que pesaría cerca de cien quilos.
-Oh, nena, te voy a llenar hasta que te salga por la boca- dijo, casi jadeando.
-Abrázame -le pedí.
Y sin apoyarse completamente en mi cuerpo, se acercó, rodeó mi cuello con sus brazos y me besó en la boca con pasión mientras aún seguía moviéndose dentro de mí y yo le rodeaba la cintura con mis brazos para que supiera cuánto lo deseaba y seguía corriéndome y corriéndome, empapada como una esponja en el baño... Y entonces también él se corrió dentro de mí. Tan fuerte que sentí cómo su semen golpeaba en el fondo de mi útero...