sábado, 17 de septiembre de 2016


OTRO BREVE PÁRRAFO DE MI NOVELA en ebook "PRIMERAS LECCIONES", PARA QUE QUIENES NO LA HAYÁIS LEÍDO TODAVÍA OS VAYÁIS ANIMANDO. (Corregido el 25 de marzo de 2017).

...Esa noche de verano llevaba un vestido muy corto de tirantes en tonos beis y de una tela muy suave, que me permitía lucir mis largas y bonitas piernas. 
A los postres, Richard, el amigo millonario del nuevo novio de Marta, me toma la mano y me invita a bailar una de las románticas canciones que a mi amiga se le ha ocurrido poner para amenizarnos la cena.
-Oh, gracias -le digo, resistiéndome- no soy muy buena bailando este tipo de música.
-No te preocupes, yo te llevaré.
-La verdad es que tampoco me apetece mucho bailar-le respondo, colorada y cohibida, porque aunque es un hombre elegante, apuesto y hasta guapo, tendrá, seguro, más de cuarenta y yo, a mis dieciocho añitos, me siento una cría junto a él.
-Anda, anímate, Pe -me dice Marta- Richard es un bailarín excelente.
Las palabras de mi amiga y el hecho de que Richard aún mantiene mi mano asida por la muñeca me inducen a incorporarme.
Eso sí, me quedo quietecita como una tonta. Pero él, que me sonríe, lleva su mano derecha a mi cintura, aproxima mi cuerpo al suyo y cuando se rozan, me dice:
-Eres muy tímida, ¿verdad?
-Un poquito -le respondo.
-Tú simplemente, déjate ir.
Yo le devuelvo la sonrisa y lo obedezco.

Es verdad que baila de cine, aunque excesivamente despacio. Ha colocado mis brazos sobre sus hombros y lleva su otra mano a mi espalda. Me ciñe con fuerza. Cuando gira, nuestras mejillas se rozan. Y no solo nuestras mejillas. Adopta un estilo muy sexy de bailar. Ha descendido una de sus manos hasta casi apoyarse en mis nalgas y me hace sentir que ya los primeros pasos del baile lo han puesto muy cachondo, porque se la noto dura, presionando en mi vientre. Me ruborizo, pero no me atrevo a mirarlo. Él, en cambio, me esconde el pelo de la mejilla que roza con la suya detrás de la oreja y mientras lo hace, me dice:
-Estás bailando muy bien.
-Gracias, pero te aseguro que es la primera vez que bailo agarrado.
-A que te gusta.
Me limito a sonreír. Y él aprovecha mi sonrisa para estrecharme un poco más. Noto que ha elevado ligeramente mi vestido por detrás y, con lo corto que es, no me cabe ninguna duda que estaré enseñando las bragas al amigo de Marta, que desde la mesa no deja de mirarnos. Menos mal que hoy he elegido unas braguitas monísimas, blancas de encaje, con ribetes en rosa.
No imaginaba que iba a excitarme bailando, pero percibo una especie de llama que me recorre por dentro y me enciende y me humedece a la vez. Él introduce su muslo derecho entre mis muslos  en sus rítmicos pasos de baile y ya no puedo negar, que también yo me estoy poniendo un poco cachonda. Me excita su manera de bailar.

Creo que lo nota. Me piropea al oído. Yo reacciono ciñendo mis brazos en torno a su cuello. En uno de los piropos roza el lóbulo de mi oreja con sus labios y ese detalle inesperado me estremece. Con los tacones que llevo hoy soy tan alta como él, pero instintivamente me he colocado de puntillas mientras me desliza sobre la tarima de la sala donde bailamos.
Comienzo a inquietarme. Había quedado con Marta para una cena tranquila. Incluso cuando se presentaron sus amigos pensé que se trataría de una simple cena. Pero estoy empezando a temer que la noche termine como no había previsto y eso no me agrada, aunque a la vez, una vocecita traviesa dentro de mí, me susurra, igual que ha hecho Richard, que no piense y me deje llevar.
Reconozco, en contra de mis prevenciones iniciales, que me está resultando agradable bailar con él. Aunque estoy un poco confundida. 
Con la mano en lo alto de mi espalda mece ahora mi cuerpo en una actitud que parece cariñosa y mis pechos conectan con su pecho varonil. Lleva sueltos los dos botones superiores de la camisa y se percibe que trabaja sus duros pectorales. Me siento como una princesita arropada por su rey. Tan excitada que creo que correspondo a su estilo de estrecharme, ciñendo más fuerte su cuello, de manera que nuestras mejillas, tan juntas, enrojecen.

Me desea. Y yo lo deseo también. Cada minuto que pasa lo veo más atractivo. Mientras pienso esas cosas  y otras un poco más pícaras, se detiene, cesa el baile y me suelta. Yo me sorprendo y lo miro, pero él se limita a ceñirme con una mano la cintura y ordenarme:
-Vamos, acompáñame.

Ignoro dónde me quiere llevar pero tampoco me atrevo a preguntarle. Enfilamos el pasillo y veo que se dirige al dormitorio de Marta. Se me acelera el corazón. Por un segundo pretendo que me suelte y regresar con mi amiga, que se ha sentado en el tresillo de la sala en compañía de su ligue de esta noche, y detengo mis pasos.
-¿Qué sucede?, Pe -me pregunta.
-Prefiero que regresemos con ellos -le respondo.
Pero no es esa su intención. Me impulsa por la espalda. Mantiene abierta la puerta del dormitorio y me invita a pasar.
-Estaremos mejor solos -comenta, cuando ha conseguido que la tontita de mí haya reiniciado la marcha.

Me siento muy muy cachonda, pero a la vez me da vergüenza y casi miedo acostarme con un tío de la edad de mi padre. 
-Pero es que yo... -comento. Y no me permite terminar la frase.
Tras cerrar la puerta apoya mi espalda contra la pared de la habitación, toma mi cara entre sus manos y me besa.
Mientras me sigue besando, no solo en los labios, sino también en el cuello, sus manos retiran los tirantes de mis hombros y el minúsculo vestido que me cubre se precipita como un alud de nieve. 
-Tienes un cuerpo precioso -me dice-, más digno de una diosa que de una mujer.
Me pongo colorada. Lo abrazo a causa de la vergüenza, aunque también porque en un segundo se ha sacado su propia camisa y deseo sentir el tacto firme de su pecho cubriendo mis pechitos que, mientras permito que me introduzca la lengua en la boca, alcanza con una de sus manos y me acaricia con suavidad. Incluso juega con mis pezones que se me ponen duros.

Sin cesar de besarnos, introduce su otra mano bajo el elástico de mis braguitas y me alcanza donde más húmeda estoy.  Me recorre de atrás adelante. Yo tenso mis músculos pero permito que me acaricie. Pretendo ahogar un suspiro y no puedo. Uno de sus dedos se demora en lentas caricias y me abre. Mi vagina se estremece y palpita. Imagino que le habré empapado los dedos.  
Mientras me tenso y me coloco de puntillas como en el baile, lo estrecho con todas mis energías, porque presiento que voy a correrme o que me estoy corriendo ya. Me acaricia el clítoris, luego me lo introduce y, como si me conociese por dentro, lo sitúa donde yo verdaderamente ansío, provocándome bruscas convulsiones que me impiden permanecer quieta.
-¿Te gusta?
"Para qué me pregunta ahora esa tontería", pienso, pero me limito a responderle que sí moviendo la cabeza abajo y arriba. Me muero de gusto. Jadeo. Me sigue masturbando. Yo se lo agradezco porque me encanta lo que hace y procuro moverme acompasando su ritmo. Es como si ahora bailaran sus dedos con mi excitado sexo. ¡Oh, Dios!
Acaba de bajarse pantalones y slip y me coloca su dura polla entre los muslos. Presiento que voy a volar. La tiene más grande de lo que esperaba.
-¡Richard! -exclamo.
Él lleva de nuevo sus dedos a mi coño y me penetra con ellos para acariciarme donde antes me acariciaba. Tiemblo. Lo deseo. Consigue arrancarme verdaderos espasmos de placer. Sin duda quiere vencer mis débiles resistencias y regalarme mi primer orgasmo, ahí sobre la puerta, de pie los dos y con sus expertos dedos jugando conmigo como si fuese una muñeca, antes de metérmela y regalarme, seguro, un nuevo orgasmo. Que soy multiorgásmica ya lo sé. Y creo que Richard lo intuye. 

Luego me carga en brazos. Yo me cobijo sobre su pecho. Y en esa deliciosa postura nos vamos acercando a la cama de Marta.

Me tumba para sacarme las braguitas. Ahora sí que me parece que está muy bueno a pesar de sus cuarenta y pico. Puede que se deba al milagro de la excitación. Sus ojos brillan y sus labios son tan grandes como los míos. Se tiende a mi lado. Me coloca de modo que mi cuerpo queda a su merced. Jadeamos los dos. Me encanta lo suave que besa y lo delicado que es introduciéndome la lengua en la boca, recorriendo mis pechos, mi estómago y vientre con las yemas de sus dedos. Sonrío y lo rodeo con mis brazos. Solo quiero que me haga cosas. ¡Oh, me encanta! Le gusta peinar los pelitos de mi pubis. Es un cielo.

Succiona mis pezones, que crecen aún más y suspiro. Me siento muy húmeda y excitada. Pero cuando coloca una de sus manos entre mis piernas para separarlas y penetrarme, le pregunto si no lleva preservativos. No responde y porfía por meterme su dura polla.
-De veras, Richard, si no es con protección no quiero que lo hagamos.
-Penélope, preciosa, me vuelvo loco porque cada partícula de tu piel se mezcle con la mía.
-Oh, Richard, por favor te lo pido... -exclamo, pero rendida a sus poderosos deseos. 
No cuento con fuerzas para oponerme a que haga con mi cuerpo lo que le venga en gana. Aún así procuro mantener las piernas juntas mientras él presiona mi lindo culito para acercarme más y que sienta su tremenda erección. 
Recuerdo las náuseas de la mañana siguiente a haberme acostado con Sebas, cuando por indicación de Marta había recurrido a la píldora del día después y no deseo volver a repetir aquella experiencia. Pero Richard es tan dulce y me desea tanto, que cuando sus manos se apoyan en las caras internas de mis muslos para separarlos, no presento más resistencia y permito que me los separe y me abro para recibirlo. 
Él me ciñe ahora por la cadera, elevándome unos centímetros, yo vuelvo a cerrar los ojos y percibo con toda nitidez como su polla me abre y me penetra con una ternura tan dulce que a punto estoy de darle las gracias. Sin embargo, lo que sale de mi boca es un potente chillido.
No de dolor, sino de intenso placer. Y él me sigue follando, a cada embestida con un ritmo más rápido y profundo que logra arrancar nuevos chillidos de mi garganta mientras me corro como una loca y no paro de correrme mientras me sigue empalando, ya sin miramientos, sin miedo alguno a lastimarme. Como en ese momento de exaltada pasión, deseo verdaderamente que me folle. De vez en cuando se acerca a mi rostro para besarme en los labios y luego susurrar a mi oído lo preciosa que soy. Pero yo lo único que quiero es que me siga follando. Y cuando retoma sus rápidas penetraciones, arqueando el cuerpo, siento como si pudiera volar ...